miércoles, 22 de junio de 2011

LA LEYENDA NEGRA CONTRA EL PAPA PÍO XII

La leyenda negra contra Pío XII

Intervención del Secretario de Estado, Cardenal Bertone

CIUDAD DEL VATICANO, 5, 6 y 7 de Junio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, al presentar en la tarde de este martes el libro del periodista italiano Andrea Tornielli «Pío XII, Eugenio Pacelli – Un hombre en el trono de Pedro» («Pio XII, Eugenio Pacelli. Un uomo sul trono di Pietro»).
1. Una «leyenda negra»
La figura de Eugenio Pacelli, Papa Pío XII, se encuentra ya desde hace décadas en el centro de agudas polémicas. El pontífice romano que guió la Iglesia en los terribles años de la segunda guerra mundial y después en la guerra fría es víctima de una leyenda negra que ha acabado por afirmarse hasta el punto de que es difícil incluso de rasguñar, aunque los documentos y testimonios hayan probado su total inconsistencia.
Uno de los desagradables efectos «secundarios», por llamarlos de algún modo, de esta leyenda negra, que presenta falsamente al Papa Pacelli como indulgente con el nazismo e insensible ante la suerte de las víctimas de la persecución, consiste en haber hecho olvidar totalmente el extraordinario magisterio de este Papa que fue el precursor del Concilio Vaticano II. Como sucedió con las figuras de otros dos Papas del mismo nombre --el beato Pío IX, del que sólo se habla en relación con temas ligados a la política del Resurgimiento italiano; y san Pío X, recordado con frecuencia únicamente por su valiente batalla contra el modernismo--, también se corre el riesgo de reducir todo el pontificado de Pacelli a la cuestión de los presuntos «silencios».
2. La actividad pastoral de Pío XII
Estoy aquí, por tanto, en esta tarde, para ofrecer un breve testimonio de un hombre de Iglesia que, por su santidad personal, resplandece como un luminoso testigo del sacerdocio católico y del supremo pontificado. Ciertamente ya había leído muchos ensayos interesantes sobre la figura y la obra del Papa Pío XII, de las sumamente conocidas «Actes et Documents du Saint Siège», a las biografías de Nazareno Padellaro, de sor Margherita Marchione, del padre Pierre Blet, entre las primeras que se me pasan por la mente. Por no hablar de los «Discursos de guerra» del Papa Pacelli que, si lo desean, están disponibles en formato electrónico, y que me resultan totalmente interesantes también hoy por doctrina, por inspiración pastoral, por finura de lenguaje literario, por fuerza humana y civil.
En definitiva, ya sabía bastante sobre el «Pastor Angelicus et Defensor Civitatis». Sin embargo, hay que dar gracias al señor Andrea Tornielli, pues en esta voluminosa y documentada biografía, recurriendo a muchos escritos inéditos, nos restituye la grandeza de la figura de Pío XII, nos permite profundizar en su humanidad, nos hace redescubrir su magisterio. Nos recuerda, por ejemplo, su encíclica sobre la liturgia, sobre la reforma de los ritos de la Semana Santa, el gran trabajo preparatorio que desembocará en la reforma liturgia conciliar.
Pío XII abre el camino a la aplicación del método histórico-crítico a la Sagrada Escritura, y en la encíclica «Divino afflante Spiritu» establece las normas doctrinales para el estudio de la Sagrada Escritura, subrayando su importancia y papel para la vida cristiana. En la encíclica «Humani generis» toma en consideración, si bien con cautela, la teoría de la evolución. Pío XII imprime también un notable impulso a la actividad misionera con las encíclicas «Evangelii Praecones» (1951) y «Fidei donum» (1957, de la que se celebra el quincuagésimo año), subrayando el deber de la Iglesia de anunciar el Evangelio a las gentes, como hará después el Concilio Vaticano II. El Papa se niega a hacer coincidir el cristianismo con la cultura occidental, así como con un determinado sistema político.
Pío XII sigue siendo, todavía hoy, el Papa que ha dado más espacio a las mujeres en sus canonizaciones y beatificaciones: el 54,4 por ciento en las canonizaciones, y el 62,5 por ciento en las beatificaciones. De hecho, en varias ocasiones, este pontífice había hablado de los derechos femeninos, afirmando, por ejemplo, en el radiomensaje al Congreso CIF de Loreto de octubre de 1957, que la mujer está llamada a desempeñar «una acción decisiva» también en el campo político y jurídico.
3. Acusaciones injustificadas
No son más que ejemplos que muestran cuánto queda todavía por descubrir, es más, por redescubrir, del magisterio del siervo de Dios Eugenio Pacelli. Me han impresionado, además, muchos detalles del libro de Tornielli de los que emerge tanto la lucidez y sabiduría del futuro pontífice, en los años en los que fue nuncio apostólico en Munich y en Berlín, como muchos rasgos de su humanidad. Gracias al carteo inédito con el hermano Francesco, podemos conocer algunos juicios firmes sobre el naciente movimiento nacionalsocialista, así como el grave drama interior vivido por el pontífice durante el tiempo de la guerra con motivo de la actitud que había que adoptar ante la persecución nazi.
Pío XII habló de ello en varias ocasiones en sus radiomensajes y por tanto está totalmente fuera de lugar acusarle de «silencios», asumiendo sin embargo un tono prudente. Hablando de los silencios, quiero citar un artículo bien documentado del profesor Gian Maria Vian publicado en el año 2004 en la revista «Archivum historiae pontificiae», que lleva por título «El silencio de Pío XII: a los orígenes de la leyenda negra» («Il Silenzio di Pio XII: alle origini della leggenda nera»). Entre otras cosas, dice que el primero que cuestionó los «silencios de Pío XII» fue Emmanuel Mounier, en 1939, pocas semanas después de su elección como sumo pontífice y con motivo de la agresión italiana en Albania. Sobre estos interrogantes se desencadenará a continuación una dura polémica, incluso de origen soviético y comunista, que como veremos sería retomada por exponentes de la Iglesia ortodoxa rusa. Rolf Hocchuth, autor de «El Vicario», la obra teatral que contribuyó a desatar la leyenda «negra» contra Pío XII, en los días pasados definió al Papa Pacelli en una entrevista como «cobarde demoníaco», mientras que hay historiadores que promueven el pensamiento único contra Pío XII y llegan a insultar de «extremista pacelliano» a quienes no piensan como ellos y se atreven a manifestar un punto de vista diferente sobre estas cuestiones. Por tanto, no es posible dejar de denunciar este estrago del sentido común y de la razón perpetrado con frecuencia desde las páginas de los periódicos.
4. Una fecha histórica muy precisa
Me parece útil subrayar cómo el libro de Tornielli vuelve a sacar a la luz volúmenes ya conocidos por los historiadores serios. Es uno de los méritos que considero fundamentales de la obra de la que hoy estamos hablando, teniendo en cuenta los tristísimos tiempos en los que vivió el Papa Pacelli, cuya voz en el torbellino del segundo conflicto mundial y de la sucesiva contraposición de bloques no gozaba de favor entre los poderes constituidos o entre los poderes «de facto».
Cuántas veces «faltaba electricidad» a «Radio Vaticano» para que hiciera escuchar la palabra del pontífice; cuántas veces «faltaba papel» para reproducir sus pensamientos y enseñanzas incómodos; cuántas veces algún accidente provocaba la «pérdida» de los ejemplares de «L'Osservatore Romano» que referían intervenciones, aclaraciones, actualizaciones, notas políticas. Hoy, sin embargo, gracias a los modernos medios, esas fuentes son ampliamente reproducidas y disponibles.
Tornielli las ha buscado y las ha encontrado y lo testimonia el gran aparato de notas que acompaña la publicación. Quisiera, en este sentido, llamar la atención sobre una fecha importante. La figura y la obra de Pío XII, alabada y reconocida antes, durante e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, comienza a ser analizada desde otro punto de vista en un período histórico muy preciso, que va de agosto de 1946 a octubre de 1948.
Era comprensible el deseo del martirizado pueblo de Israel de tener una tierra propia, un propio refugio seguro, después de «las persecuciones de un antisemitismo fanático, desencadenadas contra el pueblo judío» (alocución del 3 de agosto de 1946), pero eran también comprensibles los derechos de quienes ya vivían en Palestina y que a su vez merecían respeto, atención, justicia y protección. Los periódicos de la época refieren ampliamente el nivel de tensión que en esa región se estaba manifestando pero, dado que no quisieron valorar los razonamientos y propuestas de Pío XII, comenzaron a tomar posición, unos de una parte y otros de otra, ideologizando así una reflexión que se desarrollaba de manera articulada y que prestaba atención a los criterios de justicia, equidad, respeto y legalidad.
Pío XII no fue sólo el Papa de la segunda guerra mundial, sino un pastor que, del 2 de marzo de 1939 al 9 de octubre de 1958, tuvo que afrontar un mundo de pasiones violentas e irracionales. Desde entonces, comenzó a tomar cuerpo una incomprensible acusación contra el Papa por no haber intervenido como debía a favor de los judíos perseguidos.
En este sentido, me parece importante reconocer que de todos modos quien no tiene fines ideológicos y ama la verdad está bien dispuesto a comprender más a fondo, con plena sinceridad, un papado largo, fecundo, y desde mi punto de vista heroico. Es un ejemplo el reciente cambio de actitud, en el gran santuario de la memoria, el Yad Vashem en Jerusalén, para reconsiderar la figura y la obra del Papa Pacelli no desde un punto de vista polémico, sino desde una perspectiva objetivamente histórica. Es de desear profundamente que esta buena voluntad manifestada públicamente pueda tener un seguimiento adecuado.
5. El deber de la caridad hacia todos
El 2 de junio de 1943, con motivo de la fiesta de san Eugenio, Pío XII expone públicamente las razones de su actitud. Ante todo, el Papa Pacelli habla nuevamente de los judíos: «No olviden los que rigen los pueblos que quien "lleva la espada" --usando el lenguaje de la Sagrada Escritura--no puede disponer de la vida y de la muerte de los hombres de los que, según la ley de Dios, procede toda potestad».
«Ni esperéis», sigue diciendo Pío XII, «que expongamos aquí todo lo que hemos tratado  de hacer para mitigar sus sufrimientos, mejorar sus condiciones morales y jurídicas, tutelar sus imprescriptibles derechos religiosos, aliviar sus tristezas y necesidades. Toda palabra que hemos dirigido con este objetivo a las autoridades competentes y toda mención pública debían ser ponderadas y medidas por el interés de los mismos que sufrían, para no hacer, sin quererlo, más grave e insoportable su situación. Por desgracia, las mejorías visiblemente alcanzadas no corresponden a la solicitud materna de la Iglesia a favor de estos grupos particulares, sometidos a las más acerbas desventuras. Y el Vicario, a pesar de pedir sólo compasión y respetar las más elementales normas del derecho y de la humanidad, se ha encontrado, en ocasiones, ante puertas que ninguna llave era capaz de abrir».
Encontramos aquí expuesta, ya a mediados del año 1943, la razón de la prudencia con la que Pacelli se mueve en el ámbito de las denuncias públicas: «Por el interés de los mismos que sufren, para no hacer más grave su situación». Palabras cuyo eco me parece escuchar en el breve discurso pronunciado por Pablo VI el 12 de septiembre de 1964, en las Catacumbas de Santa Domitila. En esa ocasión, el Papa Montini dijo: «La Santa Sede se abstiene de levantar con más frecuencia y vehemencia la voz legítima de la protesta y de la condena, no porque ignore o descuide la realidad, sino por un pensamiento reflejo de cristiana paciencia y para no provocar males peores».
Pablo VI, a mediados de los años sesenta, se refería a los países que estaban del otro lado del telón de acero, gobernados por el comunismo totalitario. Él, que había sido un cercano colaborador del cardenal Pacelli y después del Papa Pío XII aduce, por tanto, los mismos motivos.
Los Papas no hablan pensando en preconfeccionarse una imagen favorable para la posteridad, saben que de cada una de sus palabras puede depender la suerte de millones de cristianos, llevan en el corazón la suerte de los hombres y mujeres de carne y hueso, y no el aplauso de los historiadores.
De hecho, Robert Kempner, magistrado judío y fiscal en el proceso de Nuremberg, escribió en enero de 1964, después de la presentación de «El Vicario» de Hocchuth: «Cualquier toma de posición propagandista de la Iglesia contra el gobierno de Hitler no sólo hubiera sido un suicidio premeditado, sino que además habría acelerado el asesinato de un número mucho más grande de judíos y sacerdotes».
6. «No lamento, sino acción, es el precepto del ahora»
Dicho esto, después de haber visto los once volúmenes (en doce tomos) de las «Actes et Documents du Saint Siège» sobre la segunda guerra mundial; después de haber hecho leer decenas de dossieres con centenares de documentos sobre los pensamientos y los actos de la Santa Sede durante el segundo conflicto mundial; experimentadas las violentas polémicas partidistas (innumerables volúmenes, llenos de ideología violenta y falsa), me parece que la obra de las «Actes», impresa por orden de Pablo VI (sustituto de la Secretaría de Estado en los años terribles de 1939 a 1945), podría ser útilmente completada por los documentos del archivo de los «Estados eclesiásticos», que comprenden documentos sobre la obligación de la Santa Sede y de la Iglesia católica de asumir el deber de la caridad hacia todos.
Es un sector de archivo que no se ha explorado suficientemente, dado que se trata de miles de casos personales. A cada uno de ellos, el Estado más pequeño del mundo, neutral en sentido absoluto, escuchó individualmente, atendiendo a cada voz que pedía ayuda o audiencia. Se trata de una documentación inmensa, por desgracia todavía no disponible, porque no está ordenada. ¡Ojalá fuera posible, con la ayuda de alguna fundación benemérita «ad hoc», catalogar en breve estos documentos custodiados en los archivos de la Santa Sede! Era clara la directiva dada a través de la radio, de la prensa, de la diplomacia, por el Papa Pío XII en 1942. Dijo a todos en aquel trágico año 42: «No lamento, sino acción es el precepto del ahora». La sabiduría de esa afirmación queda testimoniada por una enorme cantidad de documentos: notas diplomáticas, consistorios urgentes, señalaciones específicas (por ejemplo, al cardenal Bertram, cardenal Innitzer, cardenal, Schuster, etc., etc., etc.) en las que pedía hacer lo posible para salvar a las personas, manteniendo la neutralidad de la Sede Apostólica.
Esta situación de neutralidad permitía al Papa salvar no sólo a europeos, sino también a prisioneros que no pertenecían al Eje. Pensemos en la tristísima situación de Polonia o en las intervenciones  humanitarias en el Sudeste asiático. Pío XII nunca suscribió circulares o proclamas. Dijo con la voz lo que había que hacer. Y obispos, sacerdotes, religiosos y laicos comprendieron muy bien la mente del Papa y lo que había que hacer urgentemente. Como testimonio hay innumerables documentos de audiencia del cardenal Maglione y Tardini, con los relativos comentarios. Además estaban las protestas o los «noes» ante las peticiones humanitarias de la Santa Sede.
7. ¿Denunciar o actuar?
Déjenme contarles un pequeño episodio, acaecido precisamente en el Vaticano en octubre de 1943. En aquella época, además de la Gendarmería (unas 150 personas) y de la Guardia Suiza (unas 110 personas), había una Guardia Palatina. En esa fecha, para proteger el Vaticano (no más de 300 personas) y los edificios extraterritoriales [edificios del Vaticano en territorio italiano, ndr.] había 575 miembros de la Guardia Palatina. Pues bien, la Secretaría de Estado pidió a la potencia que ocupaba Italia la posibilidad de contratar a otras 4.425 personas para que pudieran pasar a formar parte de la Guardia Palatina. El ghetto judío estaba a dos pasos.
Los redactores de los «Actes et Documents» no podían imprimir todos los miles de casos personales. El Papa, en esa época, tenía otras prioridades: no podía dar a conocer sus deseos, pero quería actuar, dentro de los límites que le imponían las circunstancias, según un programa claro. A las personas honestas, sin embargo, les surgen preguntas legítimas: ¿Cuándo encontró Pío XII a Mussolini? Como cardenal secretario de Estado, en 1932, pero como Papa, ¡nunca! Si esto nunca tuvo lugar, podría significar que si los dos Estados no han querido hablar con el Papa, el pontífice, ¿qué debía hacer? ¿Hacer declaraciones de denuncia o actuar?
Pío XII optó por la segunda opción, testimoniada por muchos israelitas de toda Europa. Quizá sería necesario entregar copias de estas abundantes adhesiones judías de agradecimiento y de estima por el ministerio humano y espiritual de este gran Papa.
El libro que hoy podemos leer añade nuevos elementos no sólo a la figura de un gran pontífice, sino también a toda la obra silenciosa, aunque eficaz, de la Iglesia a través de la existencia (la de Eugenio Pacelli) de un pastor que pasó a través de las tormentas de los dos conflictos mundiales (fue nuncio en Baviera desde 1917) y la trágica edificación del telón de acero dentro del cual murieron millones de hijos de Dios. Heredera de la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de Pío XII continuó ofreciendo no sólo una palabra profética, sino sobre todo una acción profética diaria.
8. Nota conclusiva
Quisiera dar las gracias a Andrea Tornelli por esta obra, que contribuye a comprender mejor la luminosa acción apostólica y la figura del siervo de Dios, Pío XII. Es un servicio útil a la Iglesia, un servicio útil a la verdad. Es justo discutir, profundizar, debatir, confrontarse. Pero hay que evitar el error más grave para un historiador, el anacronismo, juzgando la realidad de entonces con los ojos y la mentalidad de hoy.
Así como es profundamente injusto juzgar la obra de Pío XII durante la guerra con el velo del prejuicio, olvidando no sólo el contexto histórico, sino también la enorme obra de caridad que el Papa promovió, abriendo las puertas de los seminarios y de los institutos religiosos, acogiendo a refugiados y perseguidos, ayudando a todos.