viernes, 24 de junio de 2011

O CON HITLER, O CON CRISTO



O con Hitler, o con Cristo

Mártires de la Iglesia que combatieron el nazismo

María Martínez, www.alfayomega.es, 23-VI-2011

Este sábado serán beatificados los mártires de Lübeck, tres jóvenes sacerdotes alemanes que se opusieron a Hitler. Forman parte de la larga lista de católicos que combatieron una dictadura que intentó «silenciar a los sacerdotes que testimoniaban su fe con ardor, algo intolerable para el régimen nazi», como afirma su postulador, el abogado Andrea Ambrosi. Se desmonta así la leyenda negra de una Iglesia impasible ante los abusos del nazismo.

El día de su ordenación sacerdotal, en 1937, el joven Johannes Prassek era «la persona más feliz del mundo», pero sabía que aún le quedaba mucho por sufrir. Tres años más tarde, Eduard Müller, antes de recibir la imposición de las manos, había presentido que acabaría en un campo de concentración: «Pronto conoceré a la Gestapo, pero nada me alejará de mi deber». Los dos jóvenes sacerdotes coincidieron en la iglesia del Corazón de Jesús en Lübeck, al norte de Alemania, y sabían lo que podía significar su ministerio en la Alemania nazi. Al conocer su Sentencia, los dos dejaron escrito: «Sit nomen Domini benedictum (sea bendito el nombre del Señor). Hoy he sido condenado a muerte». Ellos son, junto con Hermann Lange, los mártires de Lübeck, tres sacerdotes católicos que, junto con el pastor protestante Karl Friedich Stellbrink, fueron arrestados a lo largo de la primavera de 1942, y ejecutados en la guillotina el 10 de noviembre de 1943. El próximo sábado, el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, los beatificará en Lübeck.
Entre sus delitos estaba haber escuchado y difundido información de emisoras de radio de países enemigos, y socavar la fuerza militar, un delito que cometía cualquiera que arremetiese de palabra o de obra contra el régimen nazi o manifestara cualquier opinión desmoralizadora. Ejemplo de ello fue Hermann Lange, quien aconsejaba a los jóvenes soldados de permiso que no podían combatir en la guerra del lado de Alemania.
Los mártires de Lübeck no dudaban en manifestar, tanto en público como en privado, su rechazo al régimen nazi; y tampoco dudaban al intentar ayudar a sus víctimas. No en vano, Prassek y Müller arriesgaron su vida para ayudar a la población al ser bombardeada su ciudad por los aliados.

Eduard Müller, al igual que Lange, había pertenecido a movimientos juveniles católicos. Era el responsable de la pastoral con los jóvenes, y tenía tanto éxito, que incluso los líderes de las Juventudes Hitlerianas intentaron apropiárselo. No se dejó, y mostraba a los chavales, de forma muy gráfica, que había que elegir entre la Iglesia y el nazismo: las excursiones de la parroquia eran los domingos, como las actividades de las Juventudes. En su pastoral con los trabajadores, hablaba de forma franca sobre el Tercer Reich, sin importarle que, en el piso de arriba del local donde se reunían, hubiera una oficina de la Gestapo.

La Gestapo no tardó en investigar sus actividades, lo que les llevó a todos al martirio. El mismo día en que fue guillotinado, Lange escribe a sus padres: «Hoy celebraré el gran retorno al reino de Dios. ¡Nos veremos en el Padre de la luz!» Y Müller recalca: «Ahora, Cristo será glorificado, tanto con mi vida como con mi muerte».

La alegría de Dachau


«Quien le ha visto por la mañana, permanece lleno de alegría durante todo el día». Esta frase sobre el Beato Alois Andritzki se escuchaba nada menos que en el campo de concentración de Dachau, donde ya tenía fama de santidad. «Su actitud fue la de cimentar su fe con un talante siempre alegre. Por esto, todos lo amaban y seguían al instante», explica don Andrea Ambrossi, el postulador de su Causa. El Beato Andritzki llevaba la fidelidad a la fe en la sangre, pues era sorbio, una minoría eslava del este de Alemania, que durante siglos permaneció católica en una sociedad protestante. En Dresde, estaba al cargo de la pastoral juvenil de su parroquia, donde destacó por su humildad, sencillez y disposición a ayudar a los demás. La Gestapo lo venía observando, y, tras una obra de teatro en la que mostraba cuál sería el destino de los cristianos en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, fue arrestado. Era «un sacerdote que testimoniaba su fe con mucho ardor, y esto era intolerable para el régimen nacionalsocialista», explica don Andrea. Fue condenado a unos meses en prisión, pero después fue enviado a Dachau, donde murió en 1943, a los 29 años, víctima de una inyección letal mientras se reponía del tifus. Fue beatificado en Dresde, el pasado 13 de junio. Un día antes, el Papa le recordó así: «Alabemos al Señor por este heroico testigo de la fe, que se añade a las filas de cuantos dieron la vida en el nombre de Cristo en los campos de concentración. Confío a su intercesión la causa de la paz en el mundo».

miércoles, 22 de junio de 2011

ARTÍCULOS SOBRE LA IGLESIA CATÓLICA Y EL NAZISMO

SOBRE LA IGLESIA CATÓLICA Y EL NAZISMO

Abundante información en los siguientes links:








Tomado de:



EL PAPA PÍO XII Y LA GRAN GUERRA

El Papa Pío XII y la Gran Guerra
Análisis de algunas acusaciones al Papa Pío XII

www.apologeticacatolica.org/Leyendasnegras/Leyenda19.htm
Tomado de www.apologetica.org
Sarah Weyker / Envoy Magazine, Agosto 2002
Traducción de Carlos Caso-Rosendi

    El vilipendio de Pío XII ha resurgido una vez más, azuzado por un nuevo torrente de literatura inflamatoria, proveniente en su mayor parte de entre los enemigos de la Iglesia. Los críticos de su papado reclaman que  Pío XII trabajó lado a lado con Hitler y con el Tercer Reich. Si hubiera levantado la voz en contra de las atrocidades nazis, dicen ellos, quizás se hubiera podido detener el Holocausto, la muerte de millones de judíos  y de otros grupos  a manos de los nazis.
No sorprende a nadie el que los 7 medios de difusión seculares hayan hecho circular con entusiasmo estas sensacionales afirmaciones. El escándalo siempre vende. Pero… ¿son fundados estos alegatos? Eche una mirada de cerca a la historia de un hombre a quien angustiaron los horrores del régimen Nazi y a sus esfuerzos para encontrar la mejor manera de oponérsele.
 Pio XII, la Enseñanza Social Católica y el Holocausto
Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que ésa es la señal  que Dios os da para que sepáis que El está a punto de castigar al mundo por sus crímenes por medio de guerra, hambrunas, y persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre… Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Y al concluir estas cosas mi Inmaculado Corazón triunfará. Así habló Nuestra Señora a los niños de Fátima, Portugal, cuando se les apareció en 1917.
La noche del 25 de enero de 1938, los cielos brillaron con una luz púrpura que pudo apreciar el mundo entero. La ciencia ha tratado de explicar este fenómeno como un caso de aurora boreal, aunque no se sabe por qué se hizo visible en todo el planeta. (Las auroras boreales son fenómenos visibles en las proximidades del Polo Norte únicamente.) Este evento no se menciona mucho en las clases de historia de hoy, sin embargo  no cabe duda de que el papa Pío XII lo tuvo presente al asumir el oficio de Sumo Pontífice en 1939 entre los crecientes horrores de lo que llegaría a ser la Segunda Guerra Mundial.
La guerra anunciada en la profecía se hizo realidad.  El papa Pío XII en respuesta al pedido de Nuestra Señora de Fátima, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María en 1942. En 1950 definió también el dogma de la Asunción, la entrada de María al cielo en cuerpo y alma.
Décadas después de su muerte hay un intento de re-escribir la historia y el papa Pío XII está siendo difamado en lo que cabe a su conducta durante la Segunda Guerra Mundial. De todas maneras podemos encontrar razones para confiar en el triunfo del que hablara Nuestra Señora. Un triunfo que sobrevendrá como consecuencia de persistir en la  difusión de la verdad histórica. Esta verdad es tan contundente que habla por sí misma.
Publicaciones difamatorias
El vilipendio de la reputación de Pío XII ha sido impulsado por un torrente de literatura difamatoria, esto incluye el libro de John Cornwell “El Papa de Hitler” (Hitler’s Pope), de gran venta en estos días.  El libro presenta la tesis de que  Pío XII trabajó hombro a hombro con Hitler y el Tercer Reich. Si el Papa hubiera hablado en contra de las atrocidades, dice el libro, es posible que el Holocausto (el exterminio de millones de judíos europeos y otras minorías raciales) pudiera haber sido evitado. Esta tesis es ahora ampliamente aceptada como verdadera.
Este libro, sin embargo está lleno de malas interpretaciones y detalles históricos inexactos. Aunque el autor reclama ser un devoto católico, su imparcialidad es al menos cuestionable ya que se declara en desacuerdo  con las enseñanzas de la Iglesia en varios puntos fundamentales.  El es una de las voces de una nueva ola de críticos que en gran parte están insatisfechos con la forma en que el papa Juan Pablo II  ha implementado las reformas del Concilio Vaticano II y por la firmeza de la posición de la Iglesia en lo que toca a temas morales.
No es ninguna sorpresa que los medios seculares hayan hecho circular estas críticas intensamente.  El escándalo siempre vende y más especialmente éste que provee un chivo expiatorio para las culpas del Holocausto.
Aunque el libro de Cornwell ha traído a la palestra este asunto recientemente, es sabido que las semillas del descontento fueron sembradas tiempo atrás en los años que siguieron a la II Guerra Mundial. Camille Cianfarra, corresponsal del New York Times en el Vaticano durante la guerra, escribió un libro en 1944 con el objeto de destacar  la actitud [crítica] evidente en algunos círculos estadounidenses. Cianfarra escribió entonces: “La creencia general allá [en los Estados Unidos] parecía ser  que Pío XII oscilaba indeciso tratando de anticipar quién iba a ganar la guerra mientras se preparaba para unirse a las naciones victoriosas. ¿Por qué no había condenado abiertamente a las potencias del Eje ? ¿Por qué no se había sumado a las Naciones Unidas ? En otras palabras,  en el fondo, se sospechaba de que el Vaticano estaba jugando a dos bandas, evitando tomar una posición clara y firme. ”
Esta periodista, sólidamente secular y sin parcialidad para con la Iglesia, concluyó a lo largo de su libro y en repetidas ocasiones que las acciones de Pío XII durante la guerra fueron una denuncia constante contra el régimen Nazi. Muchos han alegado recientemente que Pío XII permaneció “silencioso” durante la guerra. Cianfarra escribe: “ El espíritu ultranacionalista, las pasiones exaltadas, el odio insaciable, la crueldad bestial desatada por la guerra, han traído como consecuencia el colapso de los valores éticos y morales y han creado un vacío espiritual en el que las exhortaciones, llamados, oraciones y esfuerzos diplomáticos del Papa Pío XII se han perdido como se perdieran los de su predecesor el Papa Benedicto XV en la I Guerra Mundial. La voz del Pontífice Romano, llamando al amor y la buena voluntad entre los hombres, ha sido aplastada por el clamor de las armas. ”
Aún más evidencia, como el conjunto de comunicaciones entre el presidente Franklin D. Roosevelt y el Santo Padre, o la estima que los líderes del mundo tuvieron para con el Papa en los años que siguieron al conflicto, testifican de la efectividad de sus esfuerzos durante la guerra.  Eso no evitó que nuevamente se levantaran acusaciones contra Pío XII durante la década del sesenta, con la obra de teatro “El Diputado” (en inglés “ The Deputy”) del autor de teatro alemán Rolf Hochluth.  Esta obra presenta al Papa como un hombre frío, calculador y sin sentimientos que deliberadamente elige permitir que suceda el Holocausto.
Un libro reciente de Ralph McInerny, “La difamación de Pío XII” explica en cuidadoso detalle los varios prejuicios que guiaron a Hochluth en su obra.  Así como con John Cornwell, hay elementos importantes en la vida de Hornbluth que echan sombras sobre su veracidad. ¿Fue siempre fiel a la verdad histórica o tenía asuntos personales pendientes con el Magisterio de la Iglesia y deseaba echarle a alguien la culpa del Holocausto?
Afortunadamente, la reciente marea crítica ha sido contrarrestada por la aplastante respuesta de notables estudiosos que fundamentan sus investigaciones en hechos históricos incontrovertibles. La búsqueda de la verdad ha sido asistida en gran manera por la transparencia Vaticana en lo que se refiere a actividades durante la II Guerra Mundial. Poco después de ser consagrado Papa, Paulo VI levantó el tradicional límite de setenta y cinco años que restringe la mayoría de los documentos de la Secretaría de Estado Vaticana y comisionó a un equipo de historiadores jesuitas a publicar la documentación de los años 1936 a 1945. La investigación revela las verdaderas contribuciones del Papa durante el Holocausto y permite un mayor entendimiento del pensamiento social católico.
Un Bosquejo Biográfico de Pío XII
Echando una mirada a su biografía se hace evidente que la diplomacia era uno de los grandes talentos de Pío XII (Eugenio Pacelli).  Desde sus tiempos de joven sacerdote, ordenado en 1899,  las dotes intelectuales del Padre Pacelli hacían que se lo tuviera en alta estima, siendo como era graduado en Derecho Civil y también en Derecho Canónico. 
El Papa Pío X notó las habilidades del Padre Pacelli y lo asignó para asistir con la monumental tarea de codificar las leyes de la Iglesia Católica. El resultado fue el código, o colección de cánones, publicado en 1917. En ese mismo año, el Padre Pacelli fue enviado como nuncio papal a Munich para implementar el plan de paz del Papa Benedicto XV.
Aunque las relaciones con el Káiser eran difíciles, el nuncio pudo negociar un concordato con el estado bávaro en 1925. El concordato no fue una mera dispensa política de mutuo acuerdo sino más bien un intento de asegurar la libertad de profesión religiosa  y educación para las familias católicas alemanas.
A pesar de que su obra diplomática trajo como consecuencia amenazas contra su vida en más de una ocasión, el trabajo pastoral del Padre Pacelli en Munich hizo que fuera siempre bien querido. El clima político en Bavaria estaba particularmente tenso luego del asesinato del gobernador Kurt Eisner en 1919. Sin embargo el Arzobispo Pacelli fue uno de los pocos personajes públicos que permanecieron en la ciudad.
Los alemanes llenaron las calles para despedirlo cuando fue trasladado a la nueva nunciatura en Berlín en 1925. Se esperaba que Monsignor Pacelli lograría negociar otro concordato con Berlín asegurando los derechos religiosos de las familias católicas y la libertad para educar a sus hijos en la fe. En Julio de 1929 se alcanzó tal arreglo, aunque el partido Nazi violó sus términos apenas unas semanas después de acordado.
Asimismo siempre hubo un afecto recíproco entre el Arzobispo y los católicos alemanes y fue una dura despedida cuando lo llamaron a Roma en Noviembre de 1929 para ser elevado a Cardenal. El Papa Pío XI nombró entonces al Cardenal Pacelli, Secretario Asistente del Estado y enlistó su ayuda en las fuerzas diplomáticas del Vaticano. En 1929, el Cardenal Pacelli fue consagrado como Pío XII.
Pio XII y los Nazis
Inicialmente, los nazis no parecían ser un peligro muy grande para la Iglesia, al menos no tanto como los comunistas. La ideología comunista estaba entonces destruyendo a Rusia y persiguiendo a los cristianos. Mientras que el Cardenal Pacelli estaba en Berlín había sido encomendado con la tarea de ordenar obispos para contrabandearlos a Rusia, en un intento de preservar viva la fe en esos lugares.
El desplome del Imperio Austro-Húngaro dejó un vacío de poder en Alemania, vacío que particularmente parecía favorecer al comunismo. La Iglesia procuró entonces encontrar un aliado para contrarrestar esta amenaza. Las naciones democráticas, que ya habían sido debilitadas por la severa depresión económica, eran invariablemente reticentes a colaborar con el Vaticano. Esto dejó al nazismo y al fascismo como las opciones anticomunistas más fuertes.
Sin duda, los fascistas ya habían establecido claramente que no eran amigos de la Iglesia. Mussolini, cabeza del gobierno fascista en Italia, denunciaba públicamente a la curia como “microbios negros que son tan fatales para la humanidad como los gérmenes de la tuberculosis”. El partido nazi, que inicialmente afirmara apoyar los valores de la familia y la libertad de religión, parecía ofrecer, al menos, una conducción que dejaría al estado alemán intacto. El Vaticano, sin embargo, vio los peligros de la ideología nazi y continuó proclamando la verdad.
 Aquellos que escudriñan los escritos del Papa buscando una condena explícita del régimen Nazi van a tener problemas en encontrarla. Aparentemente, los detractores de Pío XII desearían que el Papa hubiera publicado un documento que identificara a Hitler y su régimen por nombre como uno de los grandes males de la época. Aún así decir que el Papa se quedó callado es revelar una falta de entendimiento del lenguaje diplomático que él empleó : un lenguaje que mantuvo la neutralidad política mientras que, al mismo tiempo, denunciaba con valor el error. Desear que el Papa hubiera hablado más directamente, es presumir que la palabra papal pudiera haber detenido a Hitler y al partido Nazi en la misión que ellos ya se habían embarcado cuando Pío XII fuera entronizado Papa en 1929.
El Papa sí habló, pero habló siguiendo un importante principio social católico: proclamar la fe sin politizarla. La Iglesia nunca debe ser usada con fines políticos sino que más bien debe declarar las verdades de la ley natural.
Es el lugar de los católicos en la esfera secular el asegurarse que la sociedad opere en una forma compatible con la ley natural. Este principio aplica en muchas situaciones, por ejemplo, no es propio que los obispos o sacerdotes identifiquen al candidato que los católicos deben votar en una elección presidencial. En cambio, obispos y sacerdotes usan el oficio magisterial de la Iglesia para proclamar la doctrina social católica entregando su aplicación a los legos que están en la posición apropiada en el área secular.
Juan Pablo II describe ésto como la “legítima autonomía del orden democrático”. En su encíclica social Centesimus Annus, Juan Pablo II escribió: “ La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático y no está autorizada a expresar preferencias por ésta o aquella institución o solución constitucional. Su contribución al orden político es precisamente su visión de la dignidad de la persona revelada en toda su plenitud en el misterio de la Palabra Encarnada. ” Como el Papa Pío XII, Juan Pablo XII ha enfrentado muchas ofensas contra la dignidad de la persona humana, y también como Pío XII, se ha aferrado a enseñar la verdad en lo que atañe a ésa dignidad que trasciende todo sistema social o político.
Pronunciamientos Públicos del Papa
Esto no significa que el papel del Papa Pío XII fuera quedarse callado frente a la realidad del Holocausto. Lo que significa es que él tuvo que enseñar la fe sin politizarla. Lo cierto es que el Papa sí se expresó y los nazis oyeron lo que dijo. En su mensaje de vísperas de Navidad de 1942, Pío XII se refirió a los “cientos de miles que, sin ser culpables de nada, y solamente como resultado de pertenecer a una nación o raza, han sido condenados a muerte o a la extinción progresiva”. Llamó entonces a la humanidad a hacer un voto para eliminar para siempre esas prácticas.
La reacción al discurso alrededor del mundo prueba que fue claramente entendido. El New York Times, al día siguiente, dijo: “Debido a que el Papa habla por todos los pueblos y a todas las naciones en guerra, la clara posición que toma en los asuntos fundamentales del conflicto tiene mayor peso y autoridad. Cuando un conductor, unido imparcialmente a naciones en ambos lados de la contienda, condena como herejía esta nueva forma de nación-estado que subordina todo a sí mismo… el “juicio imparcial” es comparable a l veredicto de una corte de justicia”.
Entonces, varios gobiernos protestaron que el Papa pudiera haber hablado más contundentemente, mencionando a Alemania por nombre en su mensaje de Navidad. De todas maneras los alemanes entendieron claramente que Pío XII se estaba dirigiendo a ellos. La Oficina de Seguridad Central del Reich dijo entonces que el discurso había sido “un largo ataque a todo lo que nuestras ideas representan”. El periódico vaticano L’Osservattore Romano continuó, por más de un año, publicando artículos sobre el discurso de Navidad. El Papa había hablado fuerte y claro.
El discurso de Navidad de 1942, aunque fue uno de los más importantes pronunciados por el Papa durante la guerra; con certeza no fue la primera ocasión en que Pío XII habló en contra de los regímenes totalitarios. Su primera encíclica, Summi Pontificatus, escrita el año en que fuera elegido Papa, identificó dos errores principales que empapaban Europa, errores que se materializaban de manera especial en el partido Nazi.
Primeramente, el Papa remarcó la importancia de la unidad de la raza humana. Como Juan Pablo II, Pío XII puso el acento en la dignidad de la persona humana creada a la imagen de Dios y redimida en la Cruz. Ubicó a la persona humana en el contexto de la ley natural, hablando de la unidad de la morada común (la tierra)  “de cuyos recursos todos los hombres, por derecho natural, se sirven para sostener y desarrollar la vida ; en unidad para un fin sobrenatural, Dios mismo, hacia Quien todos debieran gravitar ; unidos en los medios para lograr tal fin.”
Un segundo punto en la encíclica puso énfasis en la subordinación de la autoridad civil a la autoridad divina.  El Papa escribe sobre el peligro de un estado que “se pone en el lugar del Todopoderoso y eleva al gobierno o a un grupo a ser el mismo fin de la existencia, el supremo criterio de la moral y el orden jurídico, y que por lo tanto inhibe cualquier intento de apelar a los principios de la razón natural y de la conciencia cristiana.” Pío XII enseñó, en contraste con los principios del nazismo que el estado sólo puede ser el medio por el cual se llega a la ultimísima meta: la santificación del hombre.
Particularmente fuerte fue su argumento de que un estado que se consagre a sí mismo como la suprema autoridad y  como la razón de la existencia del hombre, viola, no solamente la conciencia cristiana, sino también la mismísima ley natural. Esta es una distinción significativa, porque al hacerla, el Papa habló con autoridad que se extendió, no solamente a los cristianos, sino también a toda la humanidad.
Mientras actuaba como Secretario de Estado del Papa Pío XI en 1933, Pío XII (que era entonces el Cardenal Pacelli) había ayudado a negociar un concordato con el gobierno alemán. Muchos de los que buscan difamarlo citan este concordato como evidencia de que el Papado y el partido nazi operaron de mutuo acuerdo durante la guerra. Hay, sin embargo, una gran diferencia entre el concordato y esta encíclica. Como hemos notado antes, el concordato fue firmado, no como una mutua sanción de la política de las partes, sino más bien como un esfuerzo de asegurar la libertad religiosa a los católicos alemanes. La encíclica, en cambio, fue escrita con la intención de proclamar la enseñanza de la Iglesia en lo que respecta a la unidad del entero género humano y la primacía de la ley natural.

La Respuesta Nazi

El partido nazi nunca pensó que el Papa se estaba quedando callado. De hecho sospechaban que estaba hablando bastante fuerte a través de las enseñanzas contenidas en Summi Pontificatus. El servicio secreto alemán se quejó así:  “En tanto que el clero católico ha sido reticente durante los primeros meses de la guerra, en los últimos meses ha desplegado mayor actividad, principalmente bajo la influencia de la encíclica papal Summi Pontificatus. La actitud de los sacerdotes en este respecto da muestras de tal unanimidad que resulta evidente el hecho de que se han radiado instrucciones desde un centro.”
Summi Pontificatus ganó prominencia internacional. En Gran Bretaña fue ampliamente publicada y distribuida. Los franceses la tuvieron en tal estima que dejaron caer 88.000 copias de la encíclica sobre Alemania. El Padre John Rader, un historiador clave de las actividades del Vaticano durante la guerra describió la reacción nazi: “[El gobierno alemán] respondió por medio de imprimir su propia versión de Summi Pontificatus, distribuyéndola en Polonia. Toda mención de Polonia en el texto fue reemplazada por Alemania para que apareciera a los ojos de los polacos como si Pío XII hubiera escrito a favor de la causa nazi… los sacerdotes alemanes que pudieron conseguir copias [de la encíclica auténtica] y se atrevieron a leerla desde el púlpito, fueron arrestados.

El Principio de Proporcionalidad

El mensaje de la encíclica de 1939 y el discurso de Navidad de 1942 son sólo dos de las muchas ocasiones en las que el Papa se expresó públicamente sobre los males del nazismo. Si los nazis reaccionaron tan claramente ante estas declaraciones, uno podría preguntarse : ¿Por qué el Papa no habló más directamente, elevando la voz ?
Debemos tener en cuenta que el Papa estaba luchando una guerra diferente de la que luchaban los Aliados y el Eje. Carecía de un ejército y sus fines eran, a pesar de lo que puedan decir sus detractores, primeramente espirituales.  Esto lo expresó claramente en su primera encíclica.
En los eventos del Holocausto, Pío XII se enfrentaba a una gran iniquidad provocada por el Príncipe de las Tinieblas. Una vez que el Papa decidió entrar en el conflicto tuvo que tomar en cuenta el principio de  proporcionalidad, esto es : debía determinarse si una buena acción (hablar en contra de la iniquidad)  eliminaba más males de los que podía causar. Esta consideración estaba constantemente en la mente del Santo Padre.
La historiadora Margherita Marchione nos informa de una audiencia privada que el Cardenal Paolo Dezza, S. J. tuvo con el Santo Padre:
En diciembre de 1942, di un retiro para el Santo Padre en el Vaticano. En aquella ocasión tuve una larga audiencia en la cual Pío XII manifestó su pesar y angustia al hablar de las atrocidades nazis en Alemania y en otros países de la ocupación alemana. Entonces dijo : “Se lamentan de que el Papa no diga nada. Si hablara, las cosas se pondrían peor.”  Me recordó que recientemente había enviado tres cartas : una a quien definió como “el heroico Arzobispo de Cracovia”, el futuro cardenal Sapieha, y a otros dos obispos en Polonia.  “Me respondieron,” dijo, “agradecidos ; pero agregaron que no podían publicar la carta porque al hacerlo agravarían la situación.”  Entonces citó el ejemplo de Pío X quien, enfrentado al problema de Rusia, dijo :  “Se debe mantener el silencio para evitar males mayores.”
Pio XII guardó silencio entonces, para evitar mayores males. Este principio fue confirmado durante de la guerra : transmisiones de Radio Vaticana o notas en L ‘Osservatore Romano generaban súplicas por parte del clero polaco y alemán de no continuar si no se quería agravar las persecuciones. Por mucho que lo angustiara la situación Pío XII debía guardar silencio para no la provocar nuevas iniquidades.
Mientras tanto, el Papa confiaba en que los prelados locales aplicaran los principios sociales católicos con prudencia y practicidad. El notable historiador Anthony Rhodes cita al Santo Padre diciendo : “En lo que respecta a declaraciones de orden episcopal, dejamos que los obispos decidan lo que se publica de nuestras comunicaciones. Se aconseja reserva considerando el peligro de represalias y presiones, como así también de otras medidas originadas en la psicología y la duración de la guerra.”
Rhodes pasa a señalar que cuando los obispos holandeses protestaron con más fuerza, el resultado fue la deportación a los campos de concentración  para todos los judíos bautizados católicos. (Santa Edith Stein, que murió en Auschwitz fue una de las víctimas de esa deportación).  El Santo Padre sabía que era mejor dejar al prudente juicio de los obispos de cada región el decidir cuándo y cómo hablar con firmeza. De manera que se ocupó de establecer la enseñanza de la Iglesia para los tiempos que corrían y confió a los obispos su implementación.

Esfuerzos Papales Para Salvar a los Judíos

Si se quiere, las acciones del Papa Pío XII hablan de sus esfuerzos por evitar el Holocausto más claramente que sus palabras. Los historiadores nos dicen que las acciones del Santo Padre salvaron a más de 860.000 judíos. Dentro de Roma y por toda Europa las casas religiosas abrieron sus puertas para ocultar miles de judíos suspendiendo por un tiempo las reglas de clausura eclesiástica. En Roma, cientos de judíos fueron alimentados por el Vaticano diariamente durante el período de ocupación, hallando refugio en edificios del Vaticano en todas partes de la ciudad.
Debemos recordar también la buena voluntad del Santo Padre de donar oro del Vaticano para pagar el rescate puesto sobre las cabezas de los judíos romanos durante la ocupación de Italia, o su oferta inmediata de partidas de dinero  y oraciones para ayudar a los romanos después que los Aliados bombardearan Roma hacia el final de la guerra. Después de la guerra, el Rabino Mayor de Roma se convirtió al catolicismo. En su bautismo tomó el nombre de “Eugenio” en honor de Pío XII. Para él, ciertamente, el Papa no calló.
Cuando leemos la historia de las acciones de este papa durante uno de los períodos más oscuros de la historia humana, no podemos sino ver que los peligros contra los cuales nos avisó son peligros a los cuales aún nos enfrentamos hoy día. Cuando leemos declaraciones que difaman a Pío XII no podemos sino ver que esas declaraciones buscan difamar a la Iglesia de Cristo y a la verdad que ella declara.
Esta es una batalla para la que el Señor Jesús ha equipado enteramente a sus fieles. Su propia Madre ha prometido la victoria para aquellos que usan las armas de la oración y la penitencia. Así armados buscamos, “no “la noche iluminada por una luz ignota”, sino otra luz mucho más familiar, Jesús, la verdadera luz del hombre.  “La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han subyugado.“ (Juan 1 :5)
Algunos de los hechos y algunas citas sobre Pío XII y el Holocausto.
Monsignor Eugenio Pacelli, quien llegara a ser el Papa Pío XII, en su discurso a más de 250.000 peregrinos en Lourdes, Francia en abril 28 de 1935: “Ellos [los nazis] son en realidad unos miserables plagiarios que visten viejos errores en nuevas ropas. No hace la menor diferencia si se agrupan bajo los estandartes de la revolución social, si se guían por una falsa concepción del mundo  y de la vida, o si se dejan poseer por la superstición de un culto racial de la sangre. ”
Como Cardenal y como Nuncio Papal a Alemania, el futuro Papa Pío XII fue un opositor vocal de las políticas raciales del Partido Nacionalsocialista Alemán. Durante la Cuaresma de 1937, el Papa Pío XI dio a conocer la encíclica  ”Mit brenneder Sorge”  (“Con ardiente dolor ”) . El que un día iba a ser Pío XII (Monsignor Eugenio Pacelli) personalmente escribió el borrador de la encíclica. Fue entonces contrabandeado a Alemania y leído en todas las iglesias católicas a la misma hora, el Domingo de Palmas de 1937.  En ella se condenó con firmeza la doctrina nazi y se advirtió contra el potencial genocidio judío.
En septiembre 20 de 1938, Pío XI expresó a peregrinos alemanes que ningún cristiano puede tomar parte en el antisemitismo desde el momento en que, espiritualmente, todos los cristianos son semitas.
Marzo de 1939, el periódico “Das Berlin Morgenpost ” atacó al nuevo Papa Pío XII : “ La elección del Cardenal Pacelli no es aceptada con agrado en Alemania porque siempre se opuso al nazismo y prácticamente determinó las políticas del Vaticano bajo su predecesor.”
Un editorial del New York Times en diciembre 25 de 1941: “La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y la oscuridad que envuelven a Europa esta Navidad. El es casi el único gobernante que queda en el continente europeo que se atreve a levantar la voz. ”
En febrero de 1942, protestantes y católicos de la Holanda ocupada por los nazis prepararon una carta condenando la deportación de judíos a los campos de exterminio. Solo los obispos católicos, “en seguimiento del sendero indicado por nuestro Santo Padre, ” leyeron la carta en público desde el púlpito a pesar de las amenazas nazis.
En su mensaje de Navidad de 1942, Pío XII reclamó por los “cientos de miles que, sin ser culpables de nada, y solamente como resultado de pertenecer a una nación o raza, han sido condenados a muerte o a la extinción progresiva”.
En mayo de 1943 la jerarquía de la Iglesia Católica Holandesa condenó públicamente la deportación de los judíos holandeses a los campos de concentración en Alemania y Polonia.
Durante la guerra, Pío XII supervisó la provisión pasaportes para miles de judíos proveyéndolos con certificados de nacimiento falsos, disfrazándolos como religiosos católicos y proveyendo amparo y refugio en monasterios de clausura y en conventos.
Pio XII respondió a la súplica del Congreso Mundial Judío en agosto de 1943 y persuadió a las autoridades italianas de desalojar 20.000 refugiados judíos de los campos de internación del norte de Italia.
En octubre de 1943, Pío XII negoció con el embajador alemán ante la Roma ocupada por los alemanes, salvando así la vida de miles de judíos.
En diciembre de 1943, 500 refugiados judíos fueron liberados de las prisiones italianas por intervención de Pío XII. En ese mismo mes 3.200 refugiados judíos de Austria, Checoslovaquia y Hungría, fueron salvados por el Papa al trasladarlos a un campo de refugiados supervisado por el Vaticano.
Durante, y después de la guerra y nuevamente al tiempo de su fallecimiento en 1958, el Papa Pío XII recibió elogios por parte de judíos religiosos y seglares por sus esfuerzos en contra del Holocausto nazi. El ex-diplomático israelí Pinchas Lapide declaró que se estimaba en 860.000 el número de judíos salvados por la Iglesia Católica bajo la dirección de Pío XII y que esa cantidad excedía por mucho al número total salvado por todas las otras iglesias e instituciones religiosas. El gobierno de Israel aprobó oficialmente la creación de un bosque con la siembra de 80.000 árboles en el desierto del Negev, al sudeste de Jerusalén, como monumento en memoria a los heroicos esfuerzos de Pío XII y las 860.000 vidas que él salvó.
Cita de la Grolier Multimedia Enciclopaedia de 1996: “Deseando preservar la neutralidad vaticana, con temor a las represalias y dándose cuenta de su impotencia para detener el Holocausto, Pío XII de todas maneras actuó en casos individuales para salvar a muchos judíos y a otros con rescates pagados por la Iglesia, documentos y asilo.”  
La caridad y el ejemplo pastoral del Papa Pío XII durante la II Guerra Mundial impresionó fuertemente a Israel Zolli, el Rabino Mayor de Roma. En 1944 Rabbi Zolli entró en la Iglesia Católica eligiendo “Eugenio”, el nombre del Papa Pío XII, como su propio nombre de bautismo.
Después de su muerte, eulogías por los esfuerzos papales de parte de los judíos llegaron de todas partes del mundo. Uno de los que elogió a Pio XII fue Albert Einstein, quien declaró:  “Cuando la revolución [nazi] llegó en Alemania, yo, que era un amante de la libertad, dirigí mi atención a lo que harían las universidades, sabiendo que ellas se habían jactado siempre de su devoción a la causa de la verdad ; pero no, las universidades fueron silenciadas inmediatamente. Entonces dirigí la mirada a los editores de los grandes periódicos, que en años pasados habían publicado editoriales flamígeros proclamando su amor por la libertad; pero lo mismo que la universidades, ellos fueron silenciados en unas pocas semanas. Sólo la Iglesia se plantó firmemente en el camino de la campaña de Hitler por suprimir la verdad. Nunca había tenido ningún interés en particular por la Iglesia, pero ahora siento un gran afecto y admiración porque solamente la Iglesia ha tenido el coraje y la persistencia de plantarse en favor de la libertad intelectual y moral. Me veo compelido a confesar que lo que alguna vez había despreciado ahora alabo sin reserva alguna.”
Golda Meir, que era entonces Ministro de  Relaciones Exteriores, elogiando al fallecido Papa, dijo: “Compartimos la pena del mundo entero por la muerte de Su Santidad Pio XII. Durante una generación de guerras y disensiones, el afirmó los grandes ideales de la paz y la compasión. Durante diez años de terror nazi, cuando nuestra gente atravesó los horrores del martirio, el Papa alzó su voz para condenar a los perseguidores y se conmiseró con sus víctimas. La vida de nuestro tiempo ha sido enriquecida por una voz que expresó las grandes verdades morales por sobre el tumulto de los diarios conflictos. Nos enlutamos por esta pérdida de un gran defensor de la paz.”
Al terminar la II Guerra Mundial el Congreso Mundial Judío envió dos millones de liras como regalo de gratitud al Vaticano, declarando que era la primera obligación del Congreso el agradecer a Pio XII y a la Iglesia Católica por lo hecho para salvar a los judíos.
Isaac Herzog, el Rabino Mayor de Jerusalén, declaró: “El pueblo de Israel nunca olvidará que Su Santidad y sus ilustres delegados, inspirados por los eternos principios de la religión, que forman los mismos fundamentos de la verdadera civilización, han hecho por sus hermanos y hermanas menos afortunados en la hora más trágica de nuestra historia, lo cual es testimonio viviente de la Divina Providencia en este mundo.”
“Cristo, por su sangre, hizo a judíos y gentiles uno, “rompiendo la muralla de división… en su carne” por la cual los dos pueblos estaban separados” Pio XII, “Mystici Corporis Christi”, 1.943.

LA LEYENDA NEGRA CONTRA EL PAPA PÍO XII

La leyenda negra contra Pío XII

Intervención del Secretario de Estado, Cardenal Bertone

CIUDAD DEL VATICANO, 5, 6 y 7 de Junio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, al presentar en la tarde de este martes el libro del periodista italiano Andrea Tornielli «Pío XII, Eugenio Pacelli – Un hombre en el trono de Pedro» («Pio XII, Eugenio Pacelli. Un uomo sul trono di Pietro»).
1. Una «leyenda negra»
La figura de Eugenio Pacelli, Papa Pío XII, se encuentra ya desde hace décadas en el centro de agudas polémicas. El pontífice romano que guió la Iglesia en los terribles años de la segunda guerra mundial y después en la guerra fría es víctima de una leyenda negra que ha acabado por afirmarse hasta el punto de que es difícil incluso de rasguñar, aunque los documentos y testimonios hayan probado su total inconsistencia.
Uno de los desagradables efectos «secundarios», por llamarlos de algún modo, de esta leyenda negra, que presenta falsamente al Papa Pacelli como indulgente con el nazismo e insensible ante la suerte de las víctimas de la persecución, consiste en haber hecho olvidar totalmente el extraordinario magisterio de este Papa que fue el precursor del Concilio Vaticano II. Como sucedió con las figuras de otros dos Papas del mismo nombre --el beato Pío IX, del que sólo se habla en relación con temas ligados a la política del Resurgimiento italiano; y san Pío X, recordado con frecuencia únicamente por su valiente batalla contra el modernismo--, también se corre el riesgo de reducir todo el pontificado de Pacelli a la cuestión de los presuntos «silencios».
2. La actividad pastoral de Pío XII
Estoy aquí, por tanto, en esta tarde, para ofrecer un breve testimonio de un hombre de Iglesia que, por su santidad personal, resplandece como un luminoso testigo del sacerdocio católico y del supremo pontificado. Ciertamente ya había leído muchos ensayos interesantes sobre la figura y la obra del Papa Pío XII, de las sumamente conocidas «Actes et Documents du Saint Siège», a las biografías de Nazareno Padellaro, de sor Margherita Marchione, del padre Pierre Blet, entre las primeras que se me pasan por la mente. Por no hablar de los «Discursos de guerra» del Papa Pacelli que, si lo desean, están disponibles en formato electrónico, y que me resultan totalmente interesantes también hoy por doctrina, por inspiración pastoral, por finura de lenguaje literario, por fuerza humana y civil.
En definitiva, ya sabía bastante sobre el «Pastor Angelicus et Defensor Civitatis». Sin embargo, hay que dar gracias al señor Andrea Tornielli, pues en esta voluminosa y documentada biografía, recurriendo a muchos escritos inéditos, nos restituye la grandeza de la figura de Pío XII, nos permite profundizar en su humanidad, nos hace redescubrir su magisterio. Nos recuerda, por ejemplo, su encíclica sobre la liturgia, sobre la reforma de los ritos de la Semana Santa, el gran trabajo preparatorio que desembocará en la reforma liturgia conciliar.
Pío XII abre el camino a la aplicación del método histórico-crítico a la Sagrada Escritura, y en la encíclica «Divino afflante Spiritu» establece las normas doctrinales para el estudio de la Sagrada Escritura, subrayando su importancia y papel para la vida cristiana. En la encíclica «Humani generis» toma en consideración, si bien con cautela, la teoría de la evolución. Pío XII imprime también un notable impulso a la actividad misionera con las encíclicas «Evangelii Praecones» (1951) y «Fidei donum» (1957, de la que se celebra el quincuagésimo año), subrayando el deber de la Iglesia de anunciar el Evangelio a las gentes, como hará después el Concilio Vaticano II. El Papa se niega a hacer coincidir el cristianismo con la cultura occidental, así como con un determinado sistema político.
Pío XII sigue siendo, todavía hoy, el Papa que ha dado más espacio a las mujeres en sus canonizaciones y beatificaciones: el 54,4 por ciento en las canonizaciones, y el 62,5 por ciento en las beatificaciones. De hecho, en varias ocasiones, este pontífice había hablado de los derechos femeninos, afirmando, por ejemplo, en el radiomensaje al Congreso CIF de Loreto de octubre de 1957, que la mujer está llamada a desempeñar «una acción decisiva» también en el campo político y jurídico.
3. Acusaciones injustificadas
No son más que ejemplos que muestran cuánto queda todavía por descubrir, es más, por redescubrir, del magisterio del siervo de Dios Eugenio Pacelli. Me han impresionado, además, muchos detalles del libro de Tornielli de los que emerge tanto la lucidez y sabiduría del futuro pontífice, en los años en los que fue nuncio apostólico en Munich y en Berlín, como muchos rasgos de su humanidad. Gracias al carteo inédito con el hermano Francesco, podemos conocer algunos juicios firmes sobre el naciente movimiento nacionalsocialista, así como el grave drama interior vivido por el pontífice durante el tiempo de la guerra con motivo de la actitud que había que adoptar ante la persecución nazi.
Pío XII habló de ello en varias ocasiones en sus radiomensajes y por tanto está totalmente fuera de lugar acusarle de «silencios», asumiendo sin embargo un tono prudente. Hablando de los silencios, quiero citar un artículo bien documentado del profesor Gian Maria Vian publicado en el año 2004 en la revista «Archivum historiae pontificiae», que lleva por título «El silencio de Pío XII: a los orígenes de la leyenda negra» («Il Silenzio di Pio XII: alle origini della leggenda nera»). Entre otras cosas, dice que el primero que cuestionó los «silencios de Pío XII» fue Emmanuel Mounier, en 1939, pocas semanas después de su elección como sumo pontífice y con motivo de la agresión italiana en Albania. Sobre estos interrogantes se desencadenará a continuación una dura polémica, incluso de origen soviético y comunista, que como veremos sería retomada por exponentes de la Iglesia ortodoxa rusa. Rolf Hocchuth, autor de «El Vicario», la obra teatral que contribuyó a desatar la leyenda «negra» contra Pío XII, en los días pasados definió al Papa Pacelli en una entrevista como «cobarde demoníaco», mientras que hay historiadores que promueven el pensamiento único contra Pío XII y llegan a insultar de «extremista pacelliano» a quienes no piensan como ellos y se atreven a manifestar un punto de vista diferente sobre estas cuestiones. Por tanto, no es posible dejar de denunciar este estrago del sentido común y de la razón perpetrado con frecuencia desde las páginas de los periódicos.
4. Una fecha histórica muy precisa
Me parece útil subrayar cómo el libro de Tornielli vuelve a sacar a la luz volúmenes ya conocidos por los historiadores serios. Es uno de los méritos que considero fundamentales de la obra de la que hoy estamos hablando, teniendo en cuenta los tristísimos tiempos en los que vivió el Papa Pacelli, cuya voz en el torbellino del segundo conflicto mundial y de la sucesiva contraposición de bloques no gozaba de favor entre los poderes constituidos o entre los poderes «de facto».
Cuántas veces «faltaba electricidad» a «Radio Vaticano» para que hiciera escuchar la palabra del pontífice; cuántas veces «faltaba papel» para reproducir sus pensamientos y enseñanzas incómodos; cuántas veces algún accidente provocaba la «pérdida» de los ejemplares de «L'Osservatore Romano» que referían intervenciones, aclaraciones, actualizaciones, notas políticas. Hoy, sin embargo, gracias a los modernos medios, esas fuentes son ampliamente reproducidas y disponibles.
Tornielli las ha buscado y las ha encontrado y lo testimonia el gran aparato de notas que acompaña la publicación. Quisiera, en este sentido, llamar la atención sobre una fecha importante. La figura y la obra de Pío XII, alabada y reconocida antes, durante e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, comienza a ser analizada desde otro punto de vista en un período histórico muy preciso, que va de agosto de 1946 a octubre de 1948.
Era comprensible el deseo del martirizado pueblo de Israel de tener una tierra propia, un propio refugio seguro, después de «las persecuciones de un antisemitismo fanático, desencadenadas contra el pueblo judío» (alocución del 3 de agosto de 1946), pero eran también comprensibles los derechos de quienes ya vivían en Palestina y que a su vez merecían respeto, atención, justicia y protección. Los periódicos de la época refieren ampliamente el nivel de tensión que en esa región se estaba manifestando pero, dado que no quisieron valorar los razonamientos y propuestas de Pío XII, comenzaron a tomar posición, unos de una parte y otros de otra, ideologizando así una reflexión que se desarrollaba de manera articulada y que prestaba atención a los criterios de justicia, equidad, respeto y legalidad.
Pío XII no fue sólo el Papa de la segunda guerra mundial, sino un pastor que, del 2 de marzo de 1939 al 9 de octubre de 1958, tuvo que afrontar un mundo de pasiones violentas e irracionales. Desde entonces, comenzó a tomar cuerpo una incomprensible acusación contra el Papa por no haber intervenido como debía a favor de los judíos perseguidos.
En este sentido, me parece importante reconocer que de todos modos quien no tiene fines ideológicos y ama la verdad está bien dispuesto a comprender más a fondo, con plena sinceridad, un papado largo, fecundo, y desde mi punto de vista heroico. Es un ejemplo el reciente cambio de actitud, en el gran santuario de la memoria, el Yad Vashem en Jerusalén, para reconsiderar la figura y la obra del Papa Pacelli no desde un punto de vista polémico, sino desde una perspectiva objetivamente histórica. Es de desear profundamente que esta buena voluntad manifestada públicamente pueda tener un seguimiento adecuado.
5. El deber de la caridad hacia todos
El 2 de junio de 1943, con motivo de la fiesta de san Eugenio, Pío XII expone públicamente las razones de su actitud. Ante todo, el Papa Pacelli habla nuevamente de los judíos: «No olviden los que rigen los pueblos que quien "lleva la espada" --usando el lenguaje de la Sagrada Escritura--no puede disponer de la vida y de la muerte de los hombres de los que, según la ley de Dios, procede toda potestad».
«Ni esperéis», sigue diciendo Pío XII, «que expongamos aquí todo lo que hemos tratado  de hacer para mitigar sus sufrimientos, mejorar sus condiciones morales y jurídicas, tutelar sus imprescriptibles derechos religiosos, aliviar sus tristezas y necesidades. Toda palabra que hemos dirigido con este objetivo a las autoridades competentes y toda mención pública debían ser ponderadas y medidas por el interés de los mismos que sufrían, para no hacer, sin quererlo, más grave e insoportable su situación. Por desgracia, las mejorías visiblemente alcanzadas no corresponden a la solicitud materna de la Iglesia a favor de estos grupos particulares, sometidos a las más acerbas desventuras. Y el Vicario, a pesar de pedir sólo compasión y respetar las más elementales normas del derecho y de la humanidad, se ha encontrado, en ocasiones, ante puertas que ninguna llave era capaz de abrir».
Encontramos aquí expuesta, ya a mediados del año 1943, la razón de la prudencia con la que Pacelli se mueve en el ámbito de las denuncias públicas: «Por el interés de los mismos que sufren, para no hacer más grave su situación». Palabras cuyo eco me parece escuchar en el breve discurso pronunciado por Pablo VI el 12 de septiembre de 1964, en las Catacumbas de Santa Domitila. En esa ocasión, el Papa Montini dijo: «La Santa Sede se abstiene de levantar con más frecuencia y vehemencia la voz legítima de la protesta y de la condena, no porque ignore o descuide la realidad, sino por un pensamiento reflejo de cristiana paciencia y para no provocar males peores».
Pablo VI, a mediados de los años sesenta, se refería a los países que estaban del otro lado del telón de acero, gobernados por el comunismo totalitario. Él, que había sido un cercano colaborador del cardenal Pacelli y después del Papa Pío XII aduce, por tanto, los mismos motivos.
Los Papas no hablan pensando en preconfeccionarse una imagen favorable para la posteridad, saben que de cada una de sus palabras puede depender la suerte de millones de cristianos, llevan en el corazón la suerte de los hombres y mujeres de carne y hueso, y no el aplauso de los historiadores.
De hecho, Robert Kempner, magistrado judío y fiscal en el proceso de Nuremberg, escribió en enero de 1964, después de la presentación de «El Vicario» de Hocchuth: «Cualquier toma de posición propagandista de la Iglesia contra el gobierno de Hitler no sólo hubiera sido un suicidio premeditado, sino que además habría acelerado el asesinato de un número mucho más grande de judíos y sacerdotes».
6. «No lamento, sino acción, es el precepto del ahora»
Dicho esto, después de haber visto los once volúmenes (en doce tomos) de las «Actes et Documents du Saint Siège» sobre la segunda guerra mundial; después de haber hecho leer decenas de dossieres con centenares de documentos sobre los pensamientos y los actos de la Santa Sede durante el segundo conflicto mundial; experimentadas las violentas polémicas partidistas (innumerables volúmenes, llenos de ideología violenta y falsa), me parece que la obra de las «Actes», impresa por orden de Pablo VI (sustituto de la Secretaría de Estado en los años terribles de 1939 a 1945), podría ser útilmente completada por los documentos del archivo de los «Estados eclesiásticos», que comprenden documentos sobre la obligación de la Santa Sede y de la Iglesia católica de asumir el deber de la caridad hacia todos.
Es un sector de archivo que no se ha explorado suficientemente, dado que se trata de miles de casos personales. A cada uno de ellos, el Estado más pequeño del mundo, neutral en sentido absoluto, escuchó individualmente, atendiendo a cada voz que pedía ayuda o audiencia. Se trata de una documentación inmensa, por desgracia todavía no disponible, porque no está ordenada. ¡Ojalá fuera posible, con la ayuda de alguna fundación benemérita «ad hoc», catalogar en breve estos documentos custodiados en los archivos de la Santa Sede! Era clara la directiva dada a través de la radio, de la prensa, de la diplomacia, por el Papa Pío XII en 1942. Dijo a todos en aquel trágico año 42: «No lamento, sino acción es el precepto del ahora». La sabiduría de esa afirmación queda testimoniada por una enorme cantidad de documentos: notas diplomáticas, consistorios urgentes, señalaciones específicas (por ejemplo, al cardenal Bertram, cardenal Innitzer, cardenal, Schuster, etc., etc., etc.) en las que pedía hacer lo posible para salvar a las personas, manteniendo la neutralidad de la Sede Apostólica.
Esta situación de neutralidad permitía al Papa salvar no sólo a europeos, sino también a prisioneros que no pertenecían al Eje. Pensemos en la tristísima situación de Polonia o en las intervenciones  humanitarias en el Sudeste asiático. Pío XII nunca suscribió circulares o proclamas. Dijo con la voz lo que había que hacer. Y obispos, sacerdotes, religiosos y laicos comprendieron muy bien la mente del Papa y lo que había que hacer urgentemente. Como testimonio hay innumerables documentos de audiencia del cardenal Maglione y Tardini, con los relativos comentarios. Además estaban las protestas o los «noes» ante las peticiones humanitarias de la Santa Sede.
7. ¿Denunciar o actuar?
Déjenme contarles un pequeño episodio, acaecido precisamente en el Vaticano en octubre de 1943. En aquella época, además de la Gendarmería (unas 150 personas) y de la Guardia Suiza (unas 110 personas), había una Guardia Palatina. En esa fecha, para proteger el Vaticano (no más de 300 personas) y los edificios extraterritoriales [edificios del Vaticano en territorio italiano, ndr.] había 575 miembros de la Guardia Palatina. Pues bien, la Secretaría de Estado pidió a la potencia que ocupaba Italia la posibilidad de contratar a otras 4.425 personas para que pudieran pasar a formar parte de la Guardia Palatina. El ghetto judío estaba a dos pasos.
Los redactores de los «Actes et Documents» no podían imprimir todos los miles de casos personales. El Papa, en esa época, tenía otras prioridades: no podía dar a conocer sus deseos, pero quería actuar, dentro de los límites que le imponían las circunstancias, según un programa claro. A las personas honestas, sin embargo, les surgen preguntas legítimas: ¿Cuándo encontró Pío XII a Mussolini? Como cardenal secretario de Estado, en 1932, pero como Papa, ¡nunca! Si esto nunca tuvo lugar, podría significar que si los dos Estados no han querido hablar con el Papa, el pontífice, ¿qué debía hacer? ¿Hacer declaraciones de denuncia o actuar?
Pío XII optó por la segunda opción, testimoniada por muchos israelitas de toda Europa. Quizá sería necesario entregar copias de estas abundantes adhesiones judías de agradecimiento y de estima por el ministerio humano y espiritual de este gran Papa.
El libro que hoy podemos leer añade nuevos elementos no sólo a la figura de un gran pontífice, sino también a toda la obra silenciosa, aunque eficaz, de la Iglesia a través de la existencia (la de Eugenio Pacelli) de un pastor que pasó a través de las tormentas de los dos conflictos mundiales (fue nuncio en Baviera desde 1917) y la trágica edificación del telón de acero dentro del cual murieron millones de hijos de Dios. Heredera de la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de Pío XII continuó ofreciendo no sólo una palabra profética, sino sobre todo una acción profética diaria.
8. Nota conclusiva
Quisiera dar las gracias a Andrea Tornelli por esta obra, que contribuye a comprender mejor la luminosa acción apostólica y la figura del siervo de Dios, Pío XII. Es un servicio útil a la Iglesia, un servicio útil a la verdad. Es justo discutir, profundizar, debatir, confrontarse. Pero hay que evitar el error más grave para un historiador, el anacronismo, juzgando la realidad de entonces con los ojos y la mentalidad de hoy.
Así como es profundamente injusto juzgar la obra de Pío XII durante la guerra con el velo del prejuicio, olvidando no sólo el contexto histórico, sino también la enorme obra de caridad que el Papa promovió, abriendo las puertas de los seminarios y de los institutos religiosos, acogiendo a refugiados y perseguidos, ayudando a todos.

GOBIERNOS ALIADOS PRESIONARON A PÍO XII PARA QUE GUARDARA SILENCIO ANTE LOS NAZIS

GOBIERNOS ALIADOS PRESIONARON A PÍO XII
 PARA QUE GUARDARA SILENCIO ANTE LOS NAZIS

Descubiertos documentos británicos y estadounidenses
ROMA, viernes 13 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Estados Unidos y Gran Bretaña presionaron a Pío XII para que guardara silencio ante la brutalidad nazi con el objetivo que evitar que su protesta tuviera otras consecuencias, según revelan documentos hasta ahora inéditos.
Los textos han sido descubiertos por la fundación Pave the Way, fundada por el estadounidense judío Gary Krupp, quien considera que a la luz de estas revelaciones pueden comprenderse mejor las circunstancias en las que actuó el papa Eugenio Pacelli.
Entre los documentos, aparecidos en los archivos de los Estados Unidos, se encuentra la correspondencia entre el representante británico ante la Santa Sede, sir D'Arcy Osborne, y Myron Taylor, representante del presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt ante el Vaticano.
En la misiva, firmada por Franklin C. Gowen, asistente de Taylor, el 7 de noviembre de 1944, a las 12.45, se explica que D'Arcy Osborne "llamó y dijo que tenía miedo de que el Santo Padre lanzara un llamamiento por radio a favor de los judíos de Hungría y que en su llamamiento criticara lo que los rusos están haciendo en los territorios ocupados".
"Sir D'Arcy dijo que habría que hacer algo para imponerse al Papa y lograr que no lo hiciera, pues esto tendría repercusiones políticas muy graves", añade el diplomático estadounidense.
Documentos destruidos
"Otro documento sobre la ayuda a los refugiados judíos afirma con claridad que la carta debía ser destruida para evitar que cayera en las manos de los enemigos", ha explicado Krupp en un comunicado enviado a ZENIT.
En una carta dirigida por D'Arcy Osborne el 20 de abril de 1944 a Harold Tittman, asistente de Myron Taylor, el representante británico ante el Vaticano pide destruir documentos enviados para ayudar a organizaciones estadounidenses judías, pues podría poner en peligro la vida de quienes los han entregado, y en concreto menciona el peligro que corre un sacerdote de nombre "Benedetto".
Gary Krupp ha explicado que "este gesto fue aplicado comúnmente durante la guerra y todavía hay algunos críticos que parecen no comprender que es el motivo por el que tantas órdenes escritas fueron destruidas".
Ha participado en el hallazgo de estos documentos Ronald Rychlak, profesor de Derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad de Mississippi, y autor de libros sobre Pío XII.
Otros documentos
Por su parte, Dimitri Cavalli, periodista, investigador y colaborador de la fundación Pave the Way, ha encontrado documentos sumamente significativos de la agencia internacional JTA (Jewish Telegraph Agency).
Un despacho de agencia, del 28 de junio de 1943, informaba las denuncias de Radio Vaticano sobre el trato que estaban recibiendo los judíos en Francia.
Cavalli ha encontrado el número publicado el 19 de mayo de 1940 por la revista Jewish Chronicle, de B'nai B'rith (asociación judía de acción social) en la que Pío XII aparece en la portada y cuyo artículo revela cómo el papa estaba contratando a profesores judíos que habían sido expulsados de las instituciones italianas por las leyes raciales de Benito Mussolini.
La JTA el 15 de enero de 1943 informaba sobre la respuesta que ofreció el cardenal Pierre-Marie Gerlier, arzobispo de Lyón, a las autoridades nazis que ofrecieron dejar en paz a la Iglesia católica si se callaba ante el trato que sufrían los judíos.
El cardenal respondió al comandante nazi: "usted no sabe que el Santo Padre (el papa Pío XII) ha condenado las leyes antisemitas y todas las medidas antijudías". Con esta frase, concluyó la cita.
La revista judía "Advocate" del 5 de febrero de 1943 publicó este titular: "Cardenal húngaro ataca las teorías raciales", en referencia al duro discurso pronunciado por el cardenal Jusztinián Györg Serédi, O.S.B., arzobispo de Esztergom-Budapest.
El pronunciamiento, que recibió eco en Radio Vaticano, condenó con fuerza las teorías raciales nazis y pidió que Hungría proteja a "todos los que están amenazados a causa de sus creencias o raza".
En la misma página puede leerse un artículo breve en el que se explicaba cómo Mussolini estaba haciendo menos duras las leyes raciales con el objetivo de retomar relaciones con el Vaticano.
El Jewish Chronicle de Londres, del 9 de septiembre de 1942, informaba que Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi, imprimió diez millones de panfletos en varios idiomas, que fueron distribuidos en Europa y América Latina, condenando a Pío XII por su posición de pro-judía.
Gary Krupp aclara a ZENIT que estos documentos no son más que una gota en el mar de las 46 mil páginas de artículos informativos, documentos originales, material de investigación, y testimonios oculares que confirman la obra de ayuda de Pío XII a los judíos y que han sido publicados por la Fundación Pave the Way.
Este material, así como vídeos con testimonios históricos puede consultarse en www.PTWF.org
Por Jesús Colina